Aquí os dejo un trabajo que tuve que hacer hace unos seis años para filosofía, pero que realmente es apropiado para estos momentos:
Antes de que el profesor acabase
de escribir el título en el encerado, yo ya sabía que este sería el libro que
leería, puesto que llevaba mucho tiempo deseándolo pero, por unas cosas u
otras, no encontraba la ocasión propicia.
Un mundo feliz cuenta la historia de una
civilización avanzada en el tiempo y la tecnología. Se podría encuadrar dentro
de la ciencia ficción, de hecho esta es la opinión más generalizada, pero tras
haberlo leído, creo que no es tan ficticio como a primera vista parece.
La obra,
situada en Londres, nos presenta una civilización en la que todo es perfecto, en la que todos aman su trabajo y
se alegran de su condición social, en la que todos tienen lo que desean o creen
desear, y hacen lo que quieren y deben,
dentro de un orden, por supuesto. La gente no nace de una forma natural, sino
que es “fabricada” en centros y allí es “condicionada” para la vida que llevará
y para estar contenta con su labor. El
condicionamiento consiste en un aprendizaje basado en la repetición de un mismo
mensaje durante un largo período de tiempo mientras los niños duermen.
En
principio todo parece perfecto y hermoso, todo es fácil, todo está al alcance
de sus manos y las necesidades básicas están perfectamente cubiertas. Lo que mueve
a la sociedad es el consumismo desaforado, todos tienen lo que desean y todos
desean lo que se les da. Cuando tienen un problema mínimo o les sucede algo que
se sale de la norma, como el simple cansancio, se toman una droga socialmente
aceptada llamada soma. Con todo esto,
se elimina del mundo la pasión, se eliminan los sentimientos demasiado
intensos, se eliminan los triunfos y la recompensa moral y personal de haber
conseguido algo por tu propio esfuerzo. Pero nadie parece darse cuenta. ¿Nadie? No. Hay una persona, y luego
dos, y finalmente tres, que no se dejan, o no quieren dejarse manipular, que
tras haber visitado una reserva natural en la que la población vivía con medios
arcaicos, con todos los sentimientos a flor de piel, se dan cuenta de que su
mundo no es tan perfecto como pensaban.
Este libro
me impresionó, me gustó, pero sobre todo me hizo reflexionar. No habla de un
mundo tan ficticio, creo yo, ya que de alguna forma nosotros también estamos
condicionados para ser como somos, buscamos la comodidad y el consumo, queremos
la eterna felicidad y las facilidades para conseguir lo que se nos antoja sin a
penas un mínimo esfuerzo. Poco a poco, le vamos arrebatando la poesía a nuestra
vida, suprimimos los sentimientos como la satisfacción del esfuerzo realizado
en las empresas que emprendemos. Nuestro objetivo no va más allá de nuestra
propia e inmediata felicidad, sin tener en cuenta al resto. La vida se basa en
las apariencias y en el qué dirán, condenando a aquellos que piensan diferente.
Hacemos de la gente objetos sexuales y le robamos al amor su lirismo, olvidamos
el valor de ir paso a paso encandilando a una persona, es mejor satisfacer tu
deseo inmediato que conseguirlo poco a poco usando tu imaginación y poniendo en
ello todo tu empeño. Intentamos vivir en un mundo feliz, feliz y artificial
donde los sentimientos no valen nada, donde trabajamos y producimos dinero para
consumir, consumir y consumir sin darle valor a las cosas que compramos.
Juzgamos a la gente por su ropa y su estatus social. Solo se respeta a aquellos
que no piensan por sí mismos, a aquellos que no se paran a reflexionar sobre lo
que está bien y lo que está mal, solo se consideran buenos ciudadanos a los que
viven para trabajar, conseguir dinero, consumir y no salirse de la norma social
y del pensamiento general que no va más allá de la propia felicidad. Y si el
mundo va mal…que lo cambien los otros. Pero, aquí no tenemos soma.
He llegado
a la conclusión de que no quiero convertirme en una persona manipulable dominada
por el consumismo y el sentir de las masas. De una forma u otra me siento
distinta, pero no lo suficiente como para que el mundo cambie, al menos de
momento.
Si alguien puede impedir que acabemos como Huxley se imagina
somos nosotros, los jóvenes.
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