venerdì 6 maggio 2011

Bitácora: Capítulo XV


Vuelvo del viaje por Italia a finales de marzo. Me voy directamente de ocupa a casa de Ilaria. Al día siguiente del regreso, paso por mi antigua casa y descubro que Sergio, el casero, tiene más cara que espalda. Aprovechándose de que soy extranjera y haciendo como que no entiendo el italiano, todo lo que habíamos hablado se le olvida. Me dice que no he encontrado nadie para sustituirme, cosa que no es cierta, empieza a decir estupideces y no sé que contestarle, encima no quiere devolverme la fianza, ¡valiente gilipollas! Menos mal que me he ido… Al fin, una portuguesa ocupa mi habitación y Matteo y Davide no están demasiado contentos. Sergio pretende que le pague aún más facturas. Puedes esperar sentado, amigo mío, que no te voy a dar ni un duro más.

Me paso una semana en casa de Ilaria esperando a ver qué pasa con su compañero de piso, que debería abandonar la casa por la enorme deuda que tiene con la propietaria. Finalmente, se tiene que ir, la habitación es para mí. Estoy radiante de alegría. Empiezo la mudanza, empiezan las obras en mi habitación. Limpia, mueve muebles, cambia las cosas de sitio. Vamos a la descarga, me hago con un armario y una pequeña estantería. Pinto los muebles, arreglo la bicicleta, me compro una plantita, hago doscientosmil planes con Ilaria. Estoy extasiada de alegría. Recomienzo las clases, la profesora de egittologia es maravillosa. Dado mi estupidez y la desinformación de mis coordinadores erasmus, cometo un error al escoger la materia de egiptología, pues me cojo la segunda parte sin haber cursado la primera. La profesora me da una solución, cursaré la primera parte, haré el examen y luego, dado que soy la única matriculada en la segunda parte, hacemos un trabajo investigativo tête a tête.

El mes de marzo se acaba, el mes de abril empieza con la llegada del calor. En dos días, a base de carpintería y pintar en el balcón, me pongo negra. Un montón de activismo, vamos a Manduria, un campo de inmigrantes que es una vergüenza. Vamos a echarles una mano, llevamos vestidos y hacemos un poco de traductores, ya que casi nadie habla francés y muchísimo menos árabe.
El tiempo pasa velozmente, no me da tiempo a recapacitar. Poco a poco llega la primavera, los últimos meses de la Erasmus se acercan. Me olvido del español, ya soy toda una salentina. No quiero imaginar el momento de volver a España. 

Llega, tras clases- pocas-, fiestas, reuniones para paralizar el nuclear, visitas a los muchachos de Túnez a Manduria, ideas ecologistas en el Formicaio, tortillas de patata, paseos por el campo, domingos al mar, cafés con Rocco, la escapadita a Roma para ir a visitar a Ildara que está de paso de Ecuador en Italia… ¡qué ilusión verla! En realidad, no me esperaba para nada una visita así, de repente, un venga, vámonos a Roma, tren y ¡plop!: ¡¡¡Ildara!!! Paso un día genial con ella, un poco de morriña no viene mal, para no olvidarme de mi tierra y de mi gente. Y encima, en Roma, la ciudad eterna, el origen de todo lo que estoy viviendo.

 
Con un largo etcétera de cosas que no me han dejado tiempo para actualizar el blog durante tanto tiempo, empieza la Semana Santa. Visita familiar. Descubriendo la Puglia, visitando esta bellísima tierra y comiendo todo el pescao que no he comido en todos estos meses.




Así pasa abril, y llega mayo… en el próximo capítulo: ¡la aventura del “primo di maggio”!

mercoledì 4 maggio 2011

Viaje: Perugia y alrededores











































Bitácora: Capítulo XIV

Y mañana llega. Es el día de irse a París, pero como el vuelo sale de Bérgamo por la tarde, decido irme por la mañana temprano a visitarlo, ¡y qué bien hago, pues es precioso! Además, la Diosa Burlona está de mi parte. Supongo que ayer se sació de tomarme el pelo y hoy me toca la de arena.
Voy subiendo, a pie, hacia Bérgamo alta, que es donde está el centro histórico. Caminaba tranquilamente cuando me para uno que me parece irlandés, aunque dice ser de Milán y me pregunta por el camino. Al final, me sube en coche ya que hacíamos la misma ruta. Tengo que pararle un poco los pies, pero al menos llego cómodamente a la ciudad alta.

Turisteo, turisteo. Bastantes españoles. Un señor tocando el acordeón debajo de uno de los arcos de la muralla. Me hago una caminata y finalmente, agotada por la maleta que cargo en la espalda, intento encontrar un sitio dónde dejarla para poder ir más ligera. Pregunto en el punto de información turística, pero me dicen que no es posible dejarla allí, que pregunte en un bar, pero en los bares por pedir un vaso de agua casi me escupen en la cara, así que considero que no es una buena opción. Sigo caminando hasta que no me dan las fuerzas y me paro a hablar con el acordeonista. El señor, rumano, es de lo más simpático, y me dice que si quiero puedo dejar el macuto allí, dónde está él. Se lo agradezco muchísimo, y por fin, liviana, me hago otra caminata por esta ciudad fortificada en una impresionante colina.
De vez en cuando, vuelvo a visitar al acordeonista, que es un jubilado, profesor de matemáticas que ha decidido dedicar su jubilación a tocar por las calles de la vieja Europa. Me invita a un café y me cuenta historias de su vida. 

Me vuelvo al paseo para recorrer la parte que aún no he visto. Me acerco a la muralla y allí me pongo a hablar con un abuelo, que después de un buen rato de conversación, y al descubrir que no había comido, me invita a un riquísimo helado. Retrocedo unos cuantos años en el tiempo y me siento niña de viaje con papi y mami. Un singularis porcus por haber caminado tanto y haber sabido llevar sin problemas la primera verdadera aventura.

Definitivamente, ha sido muy buena idea venir a Bérgamo.

Por fin me encuentro en el aeropuerto preparada para cambiar de país. “La France attand pour moi” Estoy nerviosa, menos mal que no hay retrasos. Sin embargo, llegar al destino no será fácil, ni tampoco barato, ya que después de volar tengo que coger un autobús con un conductor bastante borde, desde Beauvois hasta París, hora y media. Luego, el metro, un solo cambio, final de trayecto; y, por fin: “Federica, sono arrivata!” ¡Qué alegría! Se vinieron a París de Erasmus hace tan sólo un mes, pero me parecía un siglo.
Lorenzo, que no sabe que vengo, no está en casa. No importa, yo estoy que no quepo en mí de felicidad, al fin he llegado, después de atravesar toda Italia en tren. El final del camino.

Con ellos vive Cristina, otra leccese a la que no conocía, con la que hago migas instantáneamente. Nos hacemos una “bella pasta” y esperamos a que vuelva Lorenzo, que viene con calma… Le abro la puerta y se queda con cara de idiota durante diez minutos: “¿Pero tú qué haces aquí?” Al fin todos juntos, ahora solo me queda disfrutar de mis cuatro días en París… que se convertirán en más de una semana.
Es difícil contar en pocas líneas el final del viaje. Disfruto al redescubrir París, me acuerdo de casi todo, pero todo es distinto. El domingo, Lorenzo y yo vamos a hacer la compra en el barrio donde viven: Boulevard Ornano. Como es la mañana del domingo, hay mercadillo y está todo muy animado. Tanto nos gusta que nos perdemos en el bullicio y cuando volvemos a casa, nos riñen por la tardanza.

Por la tarde, Sacre-Coeur y un paseo por Saint-Michel. Nôtre Dame de Paris. La Seine. 

Al día siguiente, madrugo para ir a Montmatre a ver a los pintores. Precioso. Luego, vuelvo a buscar a Lorenzo y le acompaño a la facultad. Mientras él está en clase yo me voy a pasear por la Sorbonne, el barrio latino. Muy guapo y lleno de olores que abren el apetito. Estoy en un parque haciendo fotos y se me acerca una viejecilla con un carro y un perro dentro del bolso. Muy peculiar. Empieza a darme conversación presuponiendo que hablo perfectamente francés, tengo que hacer bastante esfuerzo para entenderla. Vuelvo a recoger a Lorenzo a la facultad y en las escaleras me encuentro a Leticia Robles, ¡qué alegría! Mañana quedamos.

Después, un paseo por el parque de Luxemburgo. ¡Cómo me presta!

Otra vez nos riñen por tardones, dado que es el cumpleaños de Federica y hay que preparar las cosas de la fiesta. Hacemos un rico tiramisú y mil otras cosas de comer. En las fiestas italianas no puede faltar la comida. 

Penúltimo día en París, en teoría. Vuelvo, esta vez sola, ya que ellos se van a clase muy temprano, a la Sorbona. Me voy a visitar el Panteón que me impresiona. Bajo a la cripta a visitar a Victor Hugo, comienzo a sentir que me falta el aire y empiezo a marearme. Intento salir y tardo en encontrar la salida. Me angustio, pero, al final, encuentro el aire libre. ¡Uff! El resto del día me lo paso con Leticia dándole un repaso a todos los del insti y contándonos aventuras de la vida Erasmus.

Y por la noche, ¡tortilla de patata española y con curry!

Supuestamente, llega el último día en París, como me había quedado con ganas, me paso parte de la jornada en el Louvre, luego voy con Lorenzo a tomar el aperitivo con una amiga suya a la que le han dejado una casa en pleno Montmatre. ¡Qué hermoso ver el Sacre-Coeur prácticamente solos, iluminado! 
Volvemos a casa para cenar un rico plato francés hecho por el amigo especial de Cristina. Acabamos tarde de cenar, en tres horas tengo que levantarme para coger el metro. No te vayas, quédate unos días más. Hago una locura, en la vida hay que aprovechar las oportunidades que se presentan. Me digo, si encuentro un vuelo barato, me quedo. Sorprendida, lo encuentro. Chicos, ¿qué hago? Quédate, quédate. No puedo decir que no, y, efectivamente, me quedo.
Los días transcurren disfrutando de París, cocinando encantada de ver cómo gozan mis platos.

Noche al Louvre. Paseo por el borde del Sena en una jornada lluviosa. No hay demasiada gente por la calle y la lluvia acaricia los rostros junto al río. Me parece todo maravilloso.

Concierto reggae. Nos acercamos a l’Opera y vemos a la gente de lo más elegante que disfruta de la velada. Lorenzo y yo hacemos como que salimos también de disfrutar de una velada operística, aunque nuestras pintas no van demasiado bien con el caché de los ricos parisinos.

París, París, París. Bullicio, gris, lluvioso y el sol que sale para alegrarnos el día.

Concierto en una casa ocupada, el más antiguo de estos sitios de París. Doscientos punkis con sus perros. Hermosa decadencia.

Los días se acaban y toca volver a la normalidad, con la firme promesa de volver antes de que acabemos la Erasmus. 

De todas formas, no ha sido tiempo perdido. Este mes he recorrido Italia, he estado en sitios preciosos conociendo a gente maravillosa. Me he pasado más de una semana en París recuperando mi francés, mejorando mi italiano y descubriendo la bohemia ciudad del río Sena.