Nuestra relación es una de esas relaciones yogurt, de las que tienen fecha de caducidad. Sin embargo, no se trata de un yogurt cualquiera, es un yogurt de avellana. Es más grande que los normales y por tanto dura más, además, me lo voy comiendo poco a poco, para que el fin tarde en llegar, pero sabiendo que llegará, tal vez eso es lo que me gusta, ver el fin, pero gozar el camino. Cada cucharada la saboreo como si fuese la última, y cuando hay un trozo de avellana llego al orgasmo. Lo disfruto como algo especial, que es bello porque no lo como cada día, porque no es eterno, porque no me ata. No es el pan de cada comida ni el café de cada mañana, es ese yogurt de avellana, suave, dulce, que me deja un buen sabor de boca y una sonrisa satisfecha.

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