La aventura del "primo maggio" (más vale tarde que nunca)
Para comer, paella, una de mar y otra de tierra. Toda la mañana me la paso cocinando; ¡menos mal que no salí ayer! Después, comilona y otra vez a cocinar ya que esta tarde se hará una de las cenas sociales al Formicaio y me he ofrecido para llevar una tortilla de patata, ya que el jueves habían organizado un encuentro sobre el camino de Santiago, en el cual, por cierto, me emocioné tantísimo. ¡Qué morriña, miña terra galega… digo… ¡¡santiaguesa!!
En el Formicaio comemos, bebemos, me encuentro con un montón de gente y, finalmente, a pesar de la lluvia y de que Carmen me abandona, subo al tren para Roma. Mañana es uno de mayo, día del trabajador. En el tren me encuentro ocupando compartimiento junto a un señor de lo más amable, que me cuenta un poco de su vida y que se preocupa por que duerma cómoda y sin peligros. A la altura de Foggia, se sube un grupo de chavales que también se dirige al “primo maggio” y compartimos birras y cháchara. Por fin llego a Roma. Me cojo el autobús de Termini para ir a la plaza en la que se hacen los conciertos y me quedo sopa, a la tercera va la vencida. Le pido al conductor que me despierte cuando me tenga que bajar. En el autobús se han hecho las ocho de la mañana. Ya estoy en la plaza san Giovanni. Llego y veo un montón de gente sobando por el suelo, algunos con tiendas. No sé muy bien qué hacer. Llamo a Vasco y me dice que el autobús en el que vienen él y todos los de Lecce está buscando todavía aparcamiento. ¡A saber a qué hora llegan! Bueno, pues me siento a esperar que suceda algo. No pasa mucho tiempo hasta que un chaval, que hacía poco estaba durmiendo dándome envidia con su manta, se acerca a mí y me pregunta que si estoy sola. Por ahora sí, estoy esperando a que lleguen los otros. Empezamos a hablar, compartimos nuestras birras y ya no me separo de ellos en todo el día.
La fiesta del trabajador, Roma. Impresionante. Entramos de los primeros en el recinto. Con la salida del sol el calor se hace cada vez más insoportable. Estoy molida. Me adormezco junto a estos turineses. Mis nuevos compañeros de concierto son cuatro norteños del perdido Piemonte, al pie de la France. Después de unas cuantas horas de espera y de sol abrasador, empieza el concierto. Estamos cerquísima del palco, y en pago a ello no podemos ir a mear o pedir una cervecita. Lo único que se puede hacer es beber el agua que nos dan los de la cruz roja, ¡al menos! Tras varias horas mi vejiga no aguanta más, o salgo o me meo encima. Abandonamos el recinto sabiendo perfectamente que será imposible volver a entrar. No pasa nada porque está todo lleno de gente. Hay puestos donde venden camisetas, comida, bebida, un parque hasta arriba de gente… Nos imaginamos en un pequeño woodstock. Ojalá pudiésemos vivir algo así…Estamos allí hasta las once de la noche, hora en la que los chicos de Torino me acompañan galantemente a la estación de Termini, donde cogería el tren. Llegamos: “Gracias, encantada de haberos conocido, espero que nos volvamos a ver” No sabía yo lo pronto que los vería.
No me dejan pasar. “Por favor, señora, estoy sola, tengo que subir a ese tren.” “Ese no es mi problema, el tren está lleno.” PÁNICO. ¿Qué hago? Llamo a Roy. “No puedo subir al tren, ¡¿qué hago?!” “Nosotros estamos yendo hacia Tiburtina. Si quieres ven.” Desesperada, empiezo a caminar lo más rápidamente posible hacia la otra estación de tren, que no está precisamente cerca. En menos de media hora cruzo Roma, no sé cómo ni con qué fuerzas, y llego a la estación. Estoy agotada. Y ahora, ¿qué? Los turineses se cogerán un tren en 20 minutos. ¿Qué he solucionado? Nada. Me encuentro en la otra parte de Roma, que por cierto, no conozco para nada, y en 20 minutos ellos se van. El pánico no me ha dejado pensar. Estoy demasiado cansada para razonar. Me dicen que si quiero vaya a Turín con ellos. Es una locura, ¡la otra punta de Italia! No sé que hacer. Llamo a Ilaria. Vete a Torino, para algo tienes el billete mágico. Sé que es una locura, pero la vida hay que aprovecharla. La única ciudad de la península italiana que me queda por ver. Al final me subo al tren, parece que la Diosa Burlona ha estado trabajando en ello toda la jornada. Finalmente, después de lo que parecieron mil horas de viaje, llegamos. Visita rápida de la ciudad y nos vamos a Pont, de dónde son ellos, un pueblo de las montañas, un poco fuera del mundo. Es precioso. Un valle rodeado de los Alpes. Francia a un paso. Estoy boquiabierta. Casitas preciosas. Todo es maravilloso. Un pueblo de lo más peculiar y acogedor. Gracias, dios Burlona, por haberme hecho hacer esta locura. Mañana por la noche volveré a Lecce. Trece horas de tren, sin batería en el móvil y sólo veinte euros en el bolsillo. Pero, aún así, habrá merecido la pena.
Supongo que el que lea estas líneas pensará que soy una inconsciente. Tal vez haya una manera diferente de entender la vida y yo la esté descubriendo poco a poco. Tal vez he encontrado el modo de rebelarme contra la rutina y la civilización occidental. Tal vez no sea yo la que se equivoca. Tal vez haya descubierto el medio de luchar contra la sociedad y sentirme verdaderamente libre. Tal vez esté empezando a entenderme a mí misma. No lo sé, pero me siento extremadamente satisfecha con mis insaciables ganas de vivir y conocer.
Paso una noche en Pont. Una acogedora velada. Me llevan a cenar a casa de otro colega, ya cuarentón, que me acoge al instante. Me siento integrada en dos segundos. Ceno mogollón. Pasta a la bolognesa y un poco de carne.
Me da la sensación de que el tiempo en realidad se ha parado. He abierto un paréntesis. He roto lo poco que quedaba de rutina.
Ahora sí, ahora podría morir diciendo que he vivido de verdad. He encontrado por fin el equilibrio perfecto para seguir adelante en una sociedad en la que nunca podré encajar.
Pont Canavese, 3 de mayo de 2011
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