domenica 3 aprile 2011

Bitácora: Capítulo XII

Mi viaje está llegando a su fin. Después de más de tres semanas con la mochila a la espalda, se acerca el momento de volver a la falsa rutina de la Lecce erásmica.
Mis piernas necesitan un descanso, pero mi alma pide todavía algo más de esa libertad del viajante solitario que se mueve con el viento allá donde llegan sus pies.
Tres semanas en las que he atravesado Italia para cerrar el “tour” en París, esa ciudad hermosa donde me esperaba hermosa gente.


Parto de Lecce, impaciente, una noche de sábado de finales de febrero. Llego a Roma antes de que los turistas se despierten. Siete de la mañana y el Pantenón sólo para mí. Después de varias horas admirando las obras romanas, disfrutando con los diversos foros, empapándome de historia, me dirijo a casa de Alessio, amigo de un amigo, que me dará alojamiento esta noche.
 
Treintañero en paro y sin novia, quiere encontrar en todas las mujeres que, por un motivo o por otro, se tropiezan en su camino, una pincelada de alegría. Me ofrece un café, me lleva a visitar Roma. Comemos comida salentina, paseo por el lluvioso Trastevere. Para ponerle la guinda al pastel, vamos a cenar, a casa de unas amigas suyas, pasta integral hecha en casa. ¡Um, qué rico! Resultan ser dos lecceses y una florentina de lo más simpáticas. Al día  siguiente, para despedirme, pongo un pie, o los dos, en la fontana de Trevi. Quanto è bella Roma!



Aguardo la siguiente etapa ansiosa. Perugia, donde me espera Alba Irina, mi inseparable amiga del colegio, que está de Erasmus en esta particular ciudad; junto con Raquel Ventin, de visita. ¡Qué felicidad al verlas! Habían pasado años desde la última vez que las tres compartíamos tantas horas juntas. Estoy cuatro días, fríos pero maravillosos. Encuentro una Alba hecha mujer y una Raquel que no ha cambiado prácticamente en nada, la misma de siempre, lo cual me llena de alegría y una pequeña morriña de los últimos años de colegio y primeros de instituto.

Perugia me encanta, aunque echo un poco de menos el contacto con italianos, ya que está invadida de locos españoles Erasmus. Entre los amigos de Alba destaca Rocío, una sonriente y extremadamente dulce andaluza de Jaén, a la que no puedo evitar coger cariño en seguida. Es como una niña con cuerpo de mujer.
Después de estos días visitando Perugia y sus bellos alrededores, partimos todos juntos hacia Venecia, aunque yo, primero, hago una parada en Ravenna, donde saborearé mi primera experiencia couchsurffing.

Llego a mi destino y en la estación me espera Antonella, una psicóloga soltera de lo más peculiar. Llena de ideas e iniciativas y con una casa preciosa. El baño me impresiona, ¡tiene hasta hidromasaje!

Mientras ella se va a trabajar, yo me voy a descubrir Ravenna, una pequeña y coqueta ciudad. Luego, me lleva a uno de los lugares más notados de la ciudad donde como rico embutido y rica pasta. En el sitio hay, además, una fiesta de disfraces para la clase alta. Mientras cenamos, una señora un poco particular, disfrazada de catwoman, se nos acerca pues tiene un conocido en común con Antonella, y poco después, vamos a maquillarla al baño. Una escena bastante estrambótica, pero divertida. 

Mi siguiente etapa es Venecia, pero antes pongo un pie en Ferrara. La ciudad me gusta, pero la gente es más bien desagradable.








Por fin, Venecia. El Carnaval. Sin palabras. ¡Espectacular! No se puede describir. Lleno de personas disfrazadas de las cosas más diversas, sin faltar aquellos a la ottocentesca. Trajes impresionantes, elegantísimos y, seguramente, sólo aptos para ricos.
En Venecia me acoge Ali, un afgano bastante occidentalizado, muy abierto. En su casa está hospedando a Marta, una valenciana que, por  una mala jugada de la Diosa Burlona, estudia en Lugo. Poco a poco, llego a la conclusión de que el mundo es un insignificante pañuelo. El batería de su grupo no es otro que Tonono, ¿cómo es posible? Pero las coincidencias no acaban ahí. El día en que nos despedimos, descubro que es vecina de Juan, el amigo de Castropol de mi Némesis. ¡Esto es demasiado!
Ya decía yo que hacía tiempo que la Diosa Burlona no tiraba los dados.

El primer día en la ciudad de los carnavales- y no hablo de Xinzo-, fuimos a cenar a casa de unos
amigos de  Ali. Una escena muy árabe, todos sentados en el suelo, descalzos, alrededor de la comida. Amir me explica bastantes cosas sobre la religión musulmana para abrir mi mente de europea ignorante.
Disfruto como una enana maquillando a todos en mi primera noche de Carnaval. Me muero de frío y de sueño, pero, aún así, me encanta.

Al día siguiente, el sol nos acompaña a visitar Venecia, y allí nos juntamos con Marta y con Ana, que vienen de Lecce para disfrutar de una jornada de Carnaval veneciano. Caminando por las callejuelas, de pronto, veo a un Wally, miro bien y descubro que no es otro que Víctor, el hermano de Javi Lethal. “¡Pero bueno! ¿Tù no estabas en Padova?”

Y Padova es mi siguiente destino. Allí me hospedo en casa de Constance, la francesa a la que, junto con Emma, había dado alojamiento unos días antes en Lecce. Eso de estar con una tocaya es decididamente nuevo para mí.
Pocas horas después llegan otros dos gabachinos, Melina e Massime, que vienen de Bordeaux a visitarlas. Así que me pasaré tres días intentando hablar francés. Un buen entrenamiento antes de ir a “la France”.



El martes por la mañana madrugo para visitar Padova, ya que el día anterior habíamos dado solamente una vuelta cuando ya había anochecido. En el autobús le pregunto a una señora que está con su nieta, dónde me tengo que bajar. Ella decide hacerme de guía turística por un rato.

Disfruto mucho escuchando las historias de la abuela y jugando con su nieta. Me habla de todos sus hijos y sus nietos. Me lleva a la universidad, al café más importante de Padova. A ver una iglesia con la capilla toda decorada. Il duomo... Vuelvo a casa y preparamos los disfraces para irnos al último día del inigualable carnaval veneciano.

Nos lo pasamos verdaderamente bien. Bailamos un montón y vemos alzarse el sol sobre Venecia.

A las siete de la mañana cogemos el tren para volver a casa y, cuando llegamos, decido que me quedo un día más aquí en vez de ir a Modenna, dado que estoy extremadamente cansada. Lo único que me apetece es dormir. Así que un día más en la ciudad de la Lega con estos franceses a los que les falta algún tornillo.

Cuando llega el momento, me da pena despedirme, pero el trotamundos debe continuar el viaje.

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