Mis pasos se dirigían como autómatas a un único destino: el acantilado de mis deseos. Caminaba sin premura, saboreando cada minuto, cada pisada sobre esa tierra para mí sagrada, recordando cada uno de mis sueños, dándoles forma, imaginando su sonrisa y sus últimas palabras. De pronto, sentí un sonido especial: eran sus pasos. Se me aceleró el pulso, pues no podía ser él, sin embargo, el ritmo de su caminar era inconfundible. Mi corazón galopaba y mis pisadas se apresuraron. Seguí mi camino cada vez más excitada. Al final, divisé esa vista tantas veces anhelada, ya había llegado, me paré- como siempre hacía- y respirando profundamente evoqué una vez más su imagen. En ese mismo instante noté como algo- o alguien- rozaba mi piel, sentí unos labios besarme el cuello, la espalda; unas manos recorriendo mi pecho. Mi cuerpo temblaba como una brizna de hierba fresca, frágil, abandonada al deseo, quería responderle con un beso, hundirme entre sus brazos y entonces comprendí que jamás volvería a estar. Mis lágrimas, melancólicas, se deslizaron por mis mejillas y avancé un paso, otro, y otro,hasta que alcancé el borde del acantilado,por fin, me abalancé sobre el eterno mar y encontré el último adiós.
20. IX. 07
Nessun commento:
Posta un commento