mercoledì 4 maggio 2011

Bitácora: Capítulo XIV

Y mañana llega. Es el día de irse a París, pero como el vuelo sale de Bérgamo por la tarde, decido irme por la mañana temprano a visitarlo, ¡y qué bien hago, pues es precioso! Además, la Diosa Burlona está de mi parte. Supongo que ayer se sació de tomarme el pelo y hoy me toca la de arena.
Voy subiendo, a pie, hacia Bérgamo alta, que es donde está el centro histórico. Caminaba tranquilamente cuando me para uno que me parece irlandés, aunque dice ser de Milán y me pregunta por el camino. Al final, me sube en coche ya que hacíamos la misma ruta. Tengo que pararle un poco los pies, pero al menos llego cómodamente a la ciudad alta.

Turisteo, turisteo. Bastantes españoles. Un señor tocando el acordeón debajo de uno de los arcos de la muralla. Me hago una caminata y finalmente, agotada por la maleta que cargo en la espalda, intento encontrar un sitio dónde dejarla para poder ir más ligera. Pregunto en el punto de información turística, pero me dicen que no es posible dejarla allí, que pregunte en un bar, pero en los bares por pedir un vaso de agua casi me escupen en la cara, así que considero que no es una buena opción. Sigo caminando hasta que no me dan las fuerzas y me paro a hablar con el acordeonista. El señor, rumano, es de lo más simpático, y me dice que si quiero puedo dejar el macuto allí, dónde está él. Se lo agradezco muchísimo, y por fin, liviana, me hago otra caminata por esta ciudad fortificada en una impresionante colina.
De vez en cuando, vuelvo a visitar al acordeonista, que es un jubilado, profesor de matemáticas que ha decidido dedicar su jubilación a tocar por las calles de la vieja Europa. Me invita a un café y me cuenta historias de su vida. 

Me vuelvo al paseo para recorrer la parte que aún no he visto. Me acerco a la muralla y allí me pongo a hablar con un abuelo, que después de un buen rato de conversación, y al descubrir que no había comido, me invita a un riquísimo helado. Retrocedo unos cuantos años en el tiempo y me siento niña de viaje con papi y mami. Un singularis porcus por haber caminado tanto y haber sabido llevar sin problemas la primera verdadera aventura.

Definitivamente, ha sido muy buena idea venir a Bérgamo.

Por fin me encuentro en el aeropuerto preparada para cambiar de país. “La France attand pour moi” Estoy nerviosa, menos mal que no hay retrasos. Sin embargo, llegar al destino no será fácil, ni tampoco barato, ya que después de volar tengo que coger un autobús con un conductor bastante borde, desde Beauvois hasta París, hora y media. Luego, el metro, un solo cambio, final de trayecto; y, por fin: “Federica, sono arrivata!” ¡Qué alegría! Se vinieron a París de Erasmus hace tan sólo un mes, pero me parecía un siglo.
Lorenzo, que no sabe que vengo, no está en casa. No importa, yo estoy que no quepo en mí de felicidad, al fin he llegado, después de atravesar toda Italia en tren. El final del camino.

Con ellos vive Cristina, otra leccese a la que no conocía, con la que hago migas instantáneamente. Nos hacemos una “bella pasta” y esperamos a que vuelva Lorenzo, que viene con calma… Le abro la puerta y se queda con cara de idiota durante diez minutos: “¿Pero tú qué haces aquí?” Al fin todos juntos, ahora solo me queda disfrutar de mis cuatro días en París… que se convertirán en más de una semana.
Es difícil contar en pocas líneas el final del viaje. Disfruto al redescubrir París, me acuerdo de casi todo, pero todo es distinto. El domingo, Lorenzo y yo vamos a hacer la compra en el barrio donde viven: Boulevard Ornano. Como es la mañana del domingo, hay mercadillo y está todo muy animado. Tanto nos gusta que nos perdemos en el bullicio y cuando volvemos a casa, nos riñen por la tardanza.

Por la tarde, Sacre-Coeur y un paseo por Saint-Michel. Nôtre Dame de Paris. La Seine. 

Al día siguiente, madrugo para ir a Montmatre a ver a los pintores. Precioso. Luego, vuelvo a buscar a Lorenzo y le acompaño a la facultad. Mientras él está en clase yo me voy a pasear por la Sorbonne, el barrio latino. Muy guapo y lleno de olores que abren el apetito. Estoy en un parque haciendo fotos y se me acerca una viejecilla con un carro y un perro dentro del bolso. Muy peculiar. Empieza a darme conversación presuponiendo que hablo perfectamente francés, tengo que hacer bastante esfuerzo para entenderla. Vuelvo a recoger a Lorenzo a la facultad y en las escaleras me encuentro a Leticia Robles, ¡qué alegría! Mañana quedamos.

Después, un paseo por el parque de Luxemburgo. ¡Cómo me presta!

Otra vez nos riñen por tardones, dado que es el cumpleaños de Federica y hay que preparar las cosas de la fiesta. Hacemos un rico tiramisú y mil otras cosas de comer. En las fiestas italianas no puede faltar la comida. 

Penúltimo día en París, en teoría. Vuelvo, esta vez sola, ya que ellos se van a clase muy temprano, a la Sorbona. Me voy a visitar el Panteón que me impresiona. Bajo a la cripta a visitar a Victor Hugo, comienzo a sentir que me falta el aire y empiezo a marearme. Intento salir y tardo en encontrar la salida. Me angustio, pero, al final, encuentro el aire libre. ¡Uff! El resto del día me lo paso con Leticia dándole un repaso a todos los del insti y contándonos aventuras de la vida Erasmus.

Y por la noche, ¡tortilla de patata española y con curry!

Supuestamente, llega el último día en París, como me había quedado con ganas, me paso parte de la jornada en el Louvre, luego voy con Lorenzo a tomar el aperitivo con una amiga suya a la que le han dejado una casa en pleno Montmatre. ¡Qué hermoso ver el Sacre-Coeur prácticamente solos, iluminado! 
Volvemos a casa para cenar un rico plato francés hecho por el amigo especial de Cristina. Acabamos tarde de cenar, en tres horas tengo que levantarme para coger el metro. No te vayas, quédate unos días más. Hago una locura, en la vida hay que aprovechar las oportunidades que se presentan. Me digo, si encuentro un vuelo barato, me quedo. Sorprendida, lo encuentro. Chicos, ¿qué hago? Quédate, quédate. No puedo decir que no, y, efectivamente, me quedo.
Los días transcurren disfrutando de París, cocinando encantada de ver cómo gozan mis platos.

Noche al Louvre. Paseo por el borde del Sena en una jornada lluviosa. No hay demasiada gente por la calle y la lluvia acaricia los rostros junto al río. Me parece todo maravilloso.

Concierto reggae. Nos acercamos a l’Opera y vemos a la gente de lo más elegante que disfruta de la velada. Lorenzo y yo hacemos como que salimos también de disfrutar de una velada operística, aunque nuestras pintas no van demasiado bien con el caché de los ricos parisinos.

París, París, París. Bullicio, gris, lluvioso y el sol que sale para alegrarnos el día.

Concierto en una casa ocupada, el más antiguo de estos sitios de París. Doscientos punkis con sus perros. Hermosa decadencia.

Los días se acaban y toca volver a la normalidad, con la firme promesa de volver antes de que acabemos la Erasmus. 

De todas formas, no ha sido tiempo perdido. Este mes he recorrido Italia, he estado en sitios preciosos conociendo a gente maravillosa. Me he pasado más de una semana en París recuperando mi francés, mejorando mi italiano y descubriendo la bohemia ciudad del río Sena.

2 commenti: